Si el domingo el ganado dio al traste con el festejo, la segunda de abono el juego de los erales ha sido de otra tónica. Bonita novillada la enviada por Santiago Domecq. Novillos guapos, armónicos, bien hechos y sobre todo magníficos colaboradores para los noveles espadas. Los hubo nobles, los hubo bravos, los hubo que tuvieron pólvora y también alguno con demasiados problemas. De todo como en botica, pero excelente piedra de toque para los jóvenes que partieron plaza en Los Califas.
De entre ellos llamó la atención Javier Moreno Sanz, alias “Lagartijo”. Torero de dinastía. Emparentado con la familia del IV Cálifa y con los “Zurito”. Casí ná. Sangre torera por sus venas y unas formas que hacen concebir nuevas esperanzas a la afición cordobesa. Falta le hace a Córdoba alguien que ocupe el trono vacio. Con el nuevo torero dinástico, gustó el espigado Rafael Reyes. Buen corte del aquel niño que se crió en el castizo barrio de San Pedro. Ojala “Lagartijo” y Reyes formen pareja taurómaca que sirva para despertar a la adormecida Córdoba taurina.
Córdoba fue cuna de grandes toreros de oro, pero también lo fue de hombre de plata. Córdoba se puede sentir orgullosa de la tropa que viste de plata o azabache. Todo no son oropeles. Los hombres de plata son tan toreros como los demás. Un buen capotazo, un buen par de banderillas o un certero puntillazo son avales para demostrar que Córdoba sigue siendo cuna de grandes subalternos. Figuerola, Tello, Gómez Algaba, José Muñoz, Arjona Palma y aquellos nombres a los que la memoria involuntariamente omite, todo nuestro reconocimiento.
La anécdota de la tarde fue quebrarse una hoja de un estoque. Con tanto ímpetu entro a asegurar “Lagartijo” la estocada, que la tizona se quebró de forma instantánea. No hubo media lagartijera, solo un estoque roto que privó a su dueño cruzar el umbral de la puerta más grande del Coso de los Califas.
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