A los toros que dan espectáculo en varas también se les pueden cortar las orejas.
Desde esta bitácora taurina siempre
hemos defendido una lidia total en sus tres tercios. Por ello siempre estamos
demandando un toro íntegro, capaz de cumplir en los tres actos de una lidia
plena, para con ello hacer de esta un espectáculo dinámico, lleno de vida para
mayor beneficio del mismo y su consumidor más directo, o sea, el público que
paga una localidad por asistir a él.
En los tiempos que corren, la fiesta ha
visto cercenada de raíz su sentido más intrínseco. La lidia se basa en solo un
tercio, el de muerte, en detrimento de los dos precedentes. El primer tercio
está prácticamente muerto. El de varas se ha convertido en un mero trámite y
con ello se está privando al espectador de parte de algo para lo que ha pagado.
Todo esto va en contra de la esencia de la fiesta tal y como fue concebida, y
su pérdida de valores es algo negativo que hay que tratar de atajar. Ahora los “taurinos”
de turno, defienden una fiesta mutilada, centrada solo en un tercio y los
nuevos ganaderos, obedientes a las directrices que se le marcan, crían un toro específico
para ello y que se aleja de lo que debe de ser un toro bravo.
Casualmente ha llegado a mis manos una
página del diario “La Vanguardia Española”, antecedente del hoy taurófobo “La
Vanguardia”. En ella se pública una crónica de una corrida celebrada en la
ciudad condal en 1951. Con todo detalle, el crítico E.P., nos narra lo que
fueron los toros en el primer tercio. No me resisto a transcribir: “El bicho que abrió plaza, largo, con poder
y cornicorto, tomó cuatro puyazos, de de ellos con codicia, y eso que estaba un
tanto resentido de las manos. El segundo, largo, con más cuerna y poderoso
también, entró cinco veces a los caballos y fue aplaudido en su arrastre. El
tercero, más toro, aunque de menos presencia, era astifino, se vencia por el
izquierdo y si bien pisada la arena saltó dos veces al callejón, fue codicioso
en las tres varas que se le pusieron, ovacionándose al picador “Curro”, que
clavó dos de ellas con gran estilo. El cuarto, flaco, bien puesto de pitones y
enmorrillado, derrochó nobleza y suavidad, siendo justamente aplaudido al ser
enganchado a las mulas. El quinto, largo, grande, con mucha cuerna y ésta
abierta, se vencía del izquierdo y por pedir el espada el cambio de tercio,
sólo tomó dos varas, a pesar de lo cual se aplaudió su arrastre. Y el sexto,
cuya salida al ruedo sirvió para que se ovacionase al ganadero señor…, que
ocupaba puesto en un burladero del 1 y tuvo que destocarse y saludar, era una
res grande, abierta de cuerna y con tanto poder como codicia, que tomó cuatro
varas, tras las que fue agotándose por momentos llegando casi estática al
último tercio.” Luego nos sigue contando con gran profusión de detalles la
gran tarde de toros que se pudo vivir aquel día en Barcelona, pues los toros fueron capaces y tuvieron bravura en los dos tercios posteriores, permitiendo a sus matadores faenas llenas de lucimiento.
Muchos estarán pensando que se trataba
de una corrida en la que se lidiaron reses encastadas por tres desheredados del
escalafón, si lo han pensado, se han equivocado de pleno. La corrida fue
estoqueada por Pepe Dominguín, Luis Miguel Dominguín y José María Martorell,
tres espadas de primer orden en aquel tiempo. Los toros pertenecían a una
ganadería, que hoy el “taurineo” desea mandar al matadero por anacrónica para
el espectáculo “moderno”, y que si no fuera por la escrupulosidad del actual
ganadero, hubiera pasado a la historia. Me estoy refiriendo a la vacada de Tomas Prieto de la Cal. La corrida en contra de lo se pueda pensar fue
histórica. Los tres toreros a hombros de los capitalistas y sacados así de la
plaza. Esa es la corrida que deseamos para hoy. La corrida total y el toro
total. Si esto no cambia, mal camino llevamos. La fiesta de los toros ira apagándose
poco a poco hasta convertirse en algo vulgar y sin sentido. Todavía es posible, solo hace falta que salga el toro de verdad y completo, no el que se cría en la actualidad.
Foto: Luis Miguel Dominguín ve doblar a su oponente, fuera del burladero, su hermano Pepe, y Martorell, con la montera calada, contemplan la escena. (Archivo familiar de Prieto de la Cal)
Foto: Luis Miguel Dominguín ve doblar a su oponente, fuera del burladero, su hermano Pepe, y Martorell, con la montera calada, contemplan la escena. (Archivo familiar de Prieto de la Cal)
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