Un
cielo de azul intenso ilumina Córdoba. Por sus calles más céntricas las gentes
caminan presurosas. Tras unos días de lluvia, febrero nos regala unos días
primaverales. La temperatura invita al paseo. Bulle el bulevar del Gran
Capitán, todo un hervidero. Comerciales, amas de casa, estudiantes, niños,
ancianos, todos, absolutamente todos, disfrutan de esta primavera adelantada. La mala situación económica se ha llevado
muchas ilusiones, muchas ganas de vivir, y eso se nota también en el ambiente.
No por ello hay que venirse abajo. Hay que seguir luchando y tratar de dar la
vuelta a la situación, empresa difícil, pero siempre hay que ser optimista, pues
la esperanza es lo último que se pierde.
Son
muchos, de los que han perdido su trabajo, los que agudizan el ingenio para
sacar unas “perras” extras a los subsidios de desempleo. En esta época una de
ellas es salir al campo a esparraguear, para luego vender el exquisito manjar
de forma ambulante. A la puerta de una céntrica oficina bancaria, veo a una
señora con una gran cubeta de plástico llena de unos trigueros verdes. La
imagen que tienen es espectacular, tanto que por sí solos entran por los ojos.
Me acerco y le pregunto por el precio de un manojo. No está la economía boyante,
pero de paso que ayudamos a alguien que está peor que uno, nos hacemos con un
producto de primera calidad. Llegamos a un rápido acuerdo y un buen haz acaba
en mis manos.
Me
encamino para casa con tan preciado botín. La idea es prepararlos con su majado
de pan, ajo, vinagre y pimenton, para rematar con un huevo cuajado. La faena es
laboriosa pero el final merece la pena. Camino Alfonso XIII abajo cuando a la
altura de la plaza de las Capuchinas oigo sisear. Me doy la vuelta, y veo al
vaquero Rafael que me hace señas de que lo espere. Impecablemente vestido.
Pantalón mil rayas, camisa blanca abrochada hasta el cuello y chaqueta de lana
de color tábaco. Sobre el hombro toreramente, de otra forma no podía ser, lleva
plegada su gabardina color gris perla. Tocado con su gorrita campera de cuadros
llega a mi altura y me dice:
-
A las buenas tardes. Con esa pinta que
lleva oste y esos zapatos tan limpios
pongo en duda que esos trigueros los haya recolectao
oste.
-
Pues lleva toda la razón. Una mujer los vendía
en el Gran Capitán y aunque no está la cosa muy económicamente muy bien, he
decidido darme un capricho y de paso ayudar a alguien que le hace falta.
-
Pos
entonces superior. Le echa oste una
manita al prójimo y de paso se mete entre pecho y espalda un buen guiso de espárragos
esparragaos, valga la redundancia, que
es lo que se dise matar dos pájaros
de un tiro.
- No va usted muy descaminado Rafael. O
guisados o en tortilla, los espárragos silvestres son exquisitos.
-
Bueno ¿y qué le parece que nos tomemos
un mediesito?
-
Pues no está mal pensado, pero uno solo
que esta tarde hay que volver al tajo.
-
Como quiera.
Llegamos
a nuestra particular taberna y nos sentamos en la terraza exterior. La
temperatura y el sol de febrero inducen mucho a ello. Dos medios de vino y nos
traen como aperitivo unas exquisitas aceitunas del año.
- Pos
amigo, ahora que lo veo con los espárragos me ha venio a la cabeza una cosa que le va a gustar a oste mucho.
-
¿Qué cosa Rafael? ¿Algo de toros?
-
De que va a ser si no ¿de capar ranas?
Rio
su salida y me hago como siempre el interesado en conocer lo que tiene dentro
de la cabeza.
-
Pues venga Rafael, empiece usted ya que
le he dicho que la parada es breve.
-
Será como tenga que ser. Porque si no,
no le cuento ná.
-
No se ponga usted así. Empiece, empiece
que soy todo oído.
Como
siempre toma un sorbo de vino. Lo degusta, mira a su alrededor, hace que la
pausa sea aún mayor y comienza un nuevo relato.
-
Estaba repasando como de rutina la
paridera, cuando veo encamao un
becerro recién pario. Me acerco para ver su estao
y de pronto estraño que la madre no
se haga presente. De buenas a primeras, veo a una vaca primerisa con la pares
colgando. No hay duda. Es la madre. Tomo nota. La “Aldeana”, número 166. Nos
mira fijamente y no hase ni por mí,
ni por el becerro. Monto a caballo e intento arrimarla al choto. Nada más que juir. Cojo al choto lo pongo en la silla
vaquera y la vaca pone pies en polvorosa. No quería saber nada de su cría. Con
el animal de aquella manera me encamino al cortijo.
-
Es normal, aunque infrecuente que una
vaca aborrezca a la cría.
-
En este caso no era de extrañar. Era una
vaca nueva y que desde añoja dio señas de estar loca perdía, pero en fin, cuando se tentó dio buena y se dejó para madre
sin saber que iba a dejar a su suerte a cuantos hijos tuvo. Tras el tercero fue
al matadero de cabeza.
Toma
otro sorbo de vino y continúa.
-
Al llegar al cortijo todos se
arremolinan en torno a mi caballo. Ven al becerro y comienzan a preguntar. Cuento
lo ocurrido y me salta un mozo de cuadra. Rafael, Rafael, una vaca suiza ha
parido un becerro muerto ¿se lo arrimamos? ¿lo aceptará?
Rafael
para en su relato. Me mira muy fijamente y me dice:
-
¿Sigo?
-
Siga, siga, que quiero saber que paso
con el animalito.
-
Pos
pida algo para picotear que va jaciendo
una mijita de hambre.
Le
digo al camarero que nos traiga algo de “pescao” frito y nos recomienda unas exquisitas
y frescas pijotas recién traídas de la costa de Málaga. Gesto de aprobación por
parte de Rafael que se es un acérrimo defensor del pescado frito.
-
Cogió el mayoral de la casa, que ya
estaba al tanto de lo ocurrío, al
becerro y lo “restregamos” bien restregao
con el difunto choto que había pario la vaca lechera. Se lo arrimamos a la vaca suisa y este pronto empeso
a olerlo. Toos nos quedamos más
callaos que en el ofisio de tinieblas
esperando a ver qué pasaba con el asunto. La vaca “Margarita”, que así se
llamaba aquel animal, de repente comensó
a lamer al becerro, que pronto y como pudo comenzó a berrear buscando la ubre
de aquella que por suerte se convirtió en su nodriza.
-
Hay que ver los animales como son. Un
serial radiofónico parece lo que me ha contado usted hoy.
-
¡Pero si entodavia no he terminao!.
Espere oste que vera lo que paso con
el “Margarito”, que así se bautiso al
choto.
-
Pues continúe Rafael, pensé por un
momento que ahí terminaba la historia, con la adopción por parte de la vaca “Margarita”
del bravito.
-
No termina ahí, no, la cosa sigue y
ahora vera oste porque me he acordao al ver los espárragos.
Nos
traen la suculenta ración de pijotas fritas. Las aderezo con unas gotas de zumo
de limón y Rafael toma la primera. La degusta tranquilamente, saboreándola lentamente.
Bebe un sorbo de vino para aliviar la quemadura, pues se ha tenido que quemar
con lo calientes que están, y sigue relatando su historia.
-
El becerro se crió con la “Margarita” mu bien. Era grasioso ver aquel becerrito negro zaino en la vaquería o en la explana de pasto que se sembraba a la
verita del cortijo. El caso es que cuando la camá hermana del “Margarito” de destetó, él se destetó también.
Como oste sabe de añojos se hermanan enseguia y el animalito pronto se hiso a
su nueva vida en compañía de sus hermanos de sangre. Llego el herradero y entre
todos nos pusimos de acuerdo que se le herrara con el número 1. Hasta eral todo
bien, pero al llegar a utrero empesaron
las discusiones y raro era el día que no lo “calentaban” sus hermanos.
-
¿Y eso? ¿Notaron algo los demás novillos
su pasado amamantado por una vaca mansa?
-
No. Los animales para esas cosas ya no
tienen tanto conosimiento, pero el
caso es que los demás le pegaban mucho. “Margarito” cuajó en un animal fino de
hechuras, bajito, cortito de manos, cariacarnerao,
de pitones bien puestos y mu
astifino. Pa que no lo esgrasiaran lo
pasamos a un serrao con los erales y
la pará de mansos.
-
Claro como entonces no se enfundaban los
pitones pensarían que era lo mejor antes de que lo pudiesen matar o malherir,
¿no, Rafael?
-
Eso de la fundas de hoy son tonterías. A
los toros hay que dejarlos como los paren las vacas y ya está. Pero la verdá es
que si. Es más “Margarito” era hijo de un semental extraordinario y como en el tentadero
a campo abierto tuvo una buena nota, su destino era el de corrida de toros.
Seguimos
dándole a las pijotas que están buenísimas. De reojo miro el reloj ya que entre
semana la prisa por volver al trabajo me apremia. Rafael se percata del gesto y
me dice:
-
Voy a terminar pronto que veo que tiene
hoy oste mucha prisa.
- Continúe, espero el desenlace. No se
preocupe.
-
Pos bien. Llego el año en que “Margarito”
cumplió como toro. Para evitar que le pegaran y se estropeara para la lidia siguió
apartao en un serrao con los mansos y algunos añojos retrasaos. Pos bien, cuando llegaban
estas fechas, los vecinos del pueblo cercano se metían en los serraos vacios y cogían
todo lo que el campo da. Vinagreras, setas, níscalos, collejas y por supuesto espárragos
como esos. Le teníamos advertios que
tuviesen cuidao con el ganao, pero cuando llegaba la fecha ya
no respetaban ná. Pos bien, cambie la corria donde iba “Margarito” a una
corraleta serca del cortijo pa que la vieran de la empresa. El “Margarito”
lo pase al serrao donde habían estao
sus hermanos y que habían dejao vasio.
Estaba lindando con el cortijo. Era un espasio
grande con sus hincos de acebuche y su alambre de espino. Un par de chaparros
viejos y el medio un abrevadero en forma de pilón cuya agua se utilizaba para
regar una huertecilla cercana al cortijo.
-
Continúe Rafael que ya sospecho lo que
paso.
-
Pos bien, voy a terminar ya que tanta
prisa tiene oste. El “Margarito” se había
aquerensiao al lao de uno de los
chaparros, que desde el camino de carne que pasaba junto a la finca no se veía.
Fue entonces cuando un vecino del pueblo que venía de esparraguear se sintió atraio
por unas suculentas vinagreras* que había junto al pilón. Aquel hombre no dudo
en entrar a cortarlas creyendo que allí no había ganao alguno. El “Margarito” en el momento que vio al intruso se
arrancó como una bala y aquel hombre para salvar el pellejo no tuvo más salida
que tirarse de cabeza al pilón.
-
Menudo susto tuvo que pasar.
-
Mu
grande, pero lo espárragos nos los soltaba. Se oía gritar “socorro que me mata”,
“auxilio quitarme el toro”. Rápido entramos a caballo y con los mansos quitamos
al toro que barbeaba el pilón queriendo meterse para coger a su presa, que
estaba en medio de aquel abrevaero
chorreando y con el manojo de espárragos en las manos.
-
¿Y cómo resultó el “Margarito” en la
plaza?
-
Mu
bueno. Extraordinario, tres puyazos y fue bravo hasta morir. Lástima que lo
pincharan en demasía, si no la vuelta al ruedo hubiera sido su justo premio.
-
¿Se puede decir el nombre de su matador?
-
Pos
no. Fue una gran figura del torero, pero por respeto, pos ya no está en este
mundo, me reservo el nombre. Sabe oste
el milagro pero el santo no se lo digo.
-
Usted y su sentido de la discreción.
-
Como lo sabe oste amigo, yo valgo más por lo que callo que por lo que hablo, así
que figúrese. Lo que le voy a desir
es que el “Margarito” salió de la dehesa con el nombre cambiao. Antes como no había papeles como ahora, ni libros genalogicos, ni leches, le cambiamos el
nombre. “Margarito” sonaba a guasa y demasiao
a vaca lechera.
-
¿Y cómo lo llamaron antes de salir para
la plaza?
-
Como lo fuimos a llamar. “Esparraguero”.
Reímos
con ganas y nos despedimos. Nos emplazamos para el fin de semana cuando ya estaré
más tranquilo, sin prisas por volver al trabajo. Espero que me vuelva a
deleitar con alguna de sus vivencias, pues este Rafael, el vaquero, el nuestro,
no tiene desperdicio.
*Las vinagreras es como se conocen en Córdoba las acederas. Planta de hoja comestible muy similar a las espinacas y acelgas.
2 comentarios:
Magnífico relato,amigo.Me encantan las "cosas" de Rafael y la narración, que tantas cosas me trae a la memoria de mis andanzas por Córdoba.
¡¡Este Rafael es la leche, puro ARTE del vocabulario de principios del Siglo pasado!!. Muy bueno el Relato.
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