Córdoba
no ha remontado el vuelo en el mapa taurino; es más, no ha hecho más que
continuar con su caída.
Es
complicada una vuelta de los festejos a la Monumental de Barcelona.
El agua cae, y hacía mucha falta, con
fuerza sobre los canales. El suelo está brillante y el otoño muestra su cara
habitual ya olvidada. La temporada taurina llegó por San Lucas, en Jaén, a su
fin un año más. Los percales y las franelas se pliegan en los esportones, una
vez limpios, esperando el viaje a América, o el descanso hasta el próximo año.
Los campos, gracias a las lluvias, cambiarán el pasto dorado por el verde
rutilante de la otoñá. Es
hora de reflexionar, de meditar, de pensar sobre el futuro de esta fiesta tan
nuestra. La sentencia del Tribunal Constitucional declarando nula la
prohibición de la celebración de festejos taurinos en Cataluña no es más que un
espaldarazo que fortalece a la tauromaquia, ante esta persecución absurda de
nuestros días, movida por motivos políticos y un pseudo-animalismo vacío e
intolerante que no se mueve nada más que por una más que dudosa financiación
exterior.
No obstante, y a pesar del fallo
favorable del Tribunal Constitucional a la fiesta, es complicada una vuelta de
los festejos a la Monumental de Barcelona a corto plazo. Es obvio que si otras
sentencias, por poner un ejemplo las dictadas en materia lingüística, han sido
obviadas por el gobierno regional, éste, que tiene transferidas las
competencias para la gestión en la organización de los festejos, va a poner mil
y una trabas administrativas para la concesión de permisos de cara a la
celebración de corridas, u otro tipo de festejos, en la plaza de toros
barcelonesa.
Por Córdoba, taurinamente hablando, ha
estado la cosa extraña. Parecía que la empresa mexicana, cuya cabeza visible es
el magnate Alberto Bailleres, y que regenta el Coso de los Califas, estaba
llamada a la recuperación de la plaza cordobesa. Tras una unión con otras
empresas, y que dio lugar a la pomposamente denominada Fusión Internación para
la Tauromaquia (FIT), Córdoba no ha remontado el vuelo, es más, no ha hecho más
que continuar con su caída en barrena. Por eso su categoría, la que por
historia y tradición le pertenece, está ya demasiado deteriorada y hundida en
una sima que parece no tener fin.
Tanto es así que algunas plazas de la
provincia, caso de Cabra o Priego de Córdoba, han servido como escenario a más
festejos mayores que la de la capital. Los Califas solo ha acogido una corrida
de toros durante la temporada 2016. Suspendida por la lluvia la prevista para
conmemorar el 25º aniversario de la alternativa de Finito de Córdoba, quien
actuaba en solitario, solo abrió sus puertas el día 27 de mayo, durante la
feria de la Salud. En ella El Juli, Alejandro Talavante y Ginés Marín, que
sustituía a un enfermo Morante de la Puebla, se enfrentaron a una corrida de
Núñez del Cuvillo. El tradicional festival a beneficio de la Asociación
Española Contra el Cáncer, una novillada sin picadores y un espectáculo de
rejones fueron lo ofrecido por una empresa llamada a recuperar una plaza de la
que se dijo que era un reto, y que finalmente continúa hundida sin conocer la
más mínima recuperación y con el prestigio totalmente perdido.
Atrás quedaron los años de bonanza,
cuando Los Califas acogía un abono de más de diez festejos, e incluso con
corridas fuera de la feria de mayo. Eran otros tiempos, en los que se
sobredimensionó en exceso una feria para reducir lo que siempre fue una plaza
de temporada. Hoy el problema parece no tener arreglo, y la Córdoba taurina no
es más que un recuerdo en la memoria de los de más edad y la plaza cada vez
está más alejada del fin para el que fue construida, convirtiéndose en marco
para otros espectáculos lúdicos, como pueden ser el cine y los conciertos
musicales.
Tanto es así que días atrás, algunos
aficionados locales, así como otros foráneos, han mostrado su deseo de rebajar
la categoría administrativa de la plaza al objeto, argumentan, de reducir
costas y abrir la puerta a la celebración de más festejos taurinos. ¿Sería esta
la solución? Posiblemente no. Córdoba no debe perder su categoría, como quedó
claro hace algunos años cuando se propuso la misma opción cuando la redacción
del reglamento andaluz. Una rebaja de la categoría no vendría a solucionar
nada. Si ahora, como primera, es ninguneada por el taurinismo, la hipotética
rebaja a segunda categoría no sería más que la firma de un certificado de defunción
que nadie que quiera a su tierra desea que sea firmado.