Como siempre cuando llega
julio el calor se hace notar. Aunque en el mes de junio las temperaturas hayan
sido más bonancibles, e incluso la lluvia haya hecho su aparición, en julio
llega el verano más crudo y veraz. Son las cosas de esta Córdoba milenaria. Ya
lo dicen con guasa los cordobeses en muchas ocasiones. Las estaciones de
Córdoba son cuatro: invierno, verano, la del AVE y la de autobuses.
Las calles están huérfanas de
gente. Solo cuatro visitantes despistados y otros tantos nativos en busca del
resguardo de sus hogares tras la mañana, que es cuando únicamente se puede
medio andar por las calles. El sol es de justicia. Camino presuroso por la
calle Pedro López arriba en busca de Capitulares. El objeto no es otro que
llegar pronto a casa. Es justo al salir a la confluencia de las calles Espartería,
Claudio Marcelo, Capitulares y Diario de Córdoba, cuando veo su singular e
inconfundible figura. Es Rafael, nuestro amigo el vaquero.
Camina diligente Claudio
Marcelo arriba. A su derecha las viejas ruinas del templo romano nos recuerdan
que Córdoba fue capital de la Bética Ulterior. Rafael en ocasiones es un
patricio romano emparentado con los Anneo. Dicta sus sentencias y muestra una
sensatez poca lógica en estos tiempos que corren. Y si hablamos de toros, no se
puede pedir más mesura y sabiduría. Miel sobre hojuelas. Rafael guarda muchas
vivencias y recuerdos. Vivencias de otra época, de otro tiempo, cuando todo era
mucho más natural, las prisas no existían y todo estaba rodeado por el halo de
la sencillez. Apresuro tras él. Se perfectamente que se dirige a su taberna
favorita. Seguro que va en busca de la espuela, que es como llamamos en Córdoba
a la última copa antes del almuerzo y posterior siesta.
-
Rafael, buenas tardes. ¿No irá usted por casualidad a
tomarse la “última”.
-
Hombre, amigo mío. Que perdio anda osté. Pos claro que sí, ¿adonde voy a ir?. A tomar una copita antes de almorsarme unas papa aliñas que me ha preparao hoy mi sobrina, que deben de estar que quitan el sentio.
-
Pues le invito y charlamos un rato, que hace tiempo que
no hablamos.
Entramos a nuestro lugar de
costumbre y pedimos dos copas de vino. Para acompañarlas, un tómate de la
tierra. Fresco, con unos granos de sal y un chorreón de aceite de oliva. El
tomate rosa de las huertas de Alcolea es, en esta época de calor aún más, un
manjar exquisito. Son pocos los clientes los que quedan en la taberna. Todos
hablan de lo mismo. El motivo de tertulia principal es la foto que ilustra
todos los periódicos. Un mozo en San Fermín con el muslo partido en dos por el
pitonazo de un toro de Miura que lo persigue con saña. Tomo el diario por la
página de toros y pregunto a mi contertulio:
-
Rafael, ¿ha visto esta foto?
-
Por Dios, esta gente no sabe lo que hace. Correr
delante de un toro sin saber el peligro que estos seres tienen. Es una
temeridad. No tienen sentio de lo que
un toro puede hacer.
-
Ya ve usted Rafael.
-
El caso es que lo vi por la televisión, pero en el
momento no me fije que le había abierto el muslo. Lo que si me llamó la atensión fue el selo que tuvo el toro con este pobre hombre.
-
Y luego para que se dé usted cuenta ese toro fue el
mejor del encierro.
-
Los misterios de este animal tan misterioso amigo. He trabajao toa mi vida entre ellos y de verdá
le puedo asegurar que son impredisibles.
Rafael toma un sorbo de vino.
Calla durante un momento y al rato me dice:
-
Estoy recordando un toro que tuvo muchas cosas paresias al toro este salinero de Miura.
-
Pues cuéntemelas Rafael que ya está usted tardando.
-
Fue hace ya muchos años, cuando trabajaba en la casa de
don Juan Salas, se me encargo llevar dos vacas y un toro a la capea de un
pueblo de La Mancha. Con las vacas, como era el responsable, no tuve mucho
problema. Como tenía libertá para
reseñar no dude mucho. Escogí dos “pepas” de desecho. Con años y leña en la
cabeza. Habían quedao vasias y ya
poco rendimiento se le podía sacar en la casa. En cuanto al toro, el mayoral y
don Juan, no las tenían todas consigo. Había dos aspirantes. Un jabonero despitorrao de un pitón, y el Oliveño.
Rafael para
en su relato. El propósito no es otro de que me dé cuenta de un detalle. La
similitud del nombre del toro con el de Miura del encierro del día anterior.
Olivito y Oliveño. Oliveño y Olivito.
-
Oliveño era un galán. Berrendo aparejao en negro mulato. Con más de seis años y una hoja de
servicios en la casa llena de sustos, insidensias
y sobresaltos. Ya el día del herradero le quebró la pierna al médico del pueblo
que solía venir el hombre a echar un día de campo. Otra vez al cambiarlo de
careo dejo seco a un cabestro. Se reseñó para una corria en Málaga y cuando se fue a embarcar estaba derrengao de los cuartos traseros pos se había calentao con los hermanos
de camá. Un elemento. Así que propuse al mayoral que fuese ese toro el que
terminase en una plasa de palos su ajatrea vida.
-
Rafael en aquellos tiempos al no haber guarismo se
podía haber lidiado sin problema en alguna plaza.
-
La verdá es que
si, pero como tenía tantas manías también le dio por enterrar los pitones en la
tierra y tenía el pitón izquierdo estropeao,
así que tenía todas las papeletas p’a
ser el elegio. Además tampoco tenía
una reata buena. Era el último hijo de una vaca vieja que llego cuando don Juan
se quedo con lo de Curro Chica.
-
O sea que el final el elegido fue el Oliveño ¿no?
-
Si, se embarcó y salió camino de su destino.
La calle
está desierta. El calor es inhumano. Ningún alma se ve por la calle. Dentro
hace una temperatura ideal. Repetimos consumición, dos copas de dorado vino de
la tierra y un tomate levemente aliñado, retomando el tema que nos ocupa.
-
Llegamos temprano al pueblo. La plasa prinsipal del pueblo se había habilitao como resinto
taurino. Sobre el empedrao se había esparsio mucha arena y tablones, carros
y palos hasían las veces de talanqueras.
Sobre ellas el graderío que por la tarde se llenaría de paisanos dispuestos a
ver la muerte de un toro por un torero que trataba de abrirse paso en el difisil mundo del toro.
-
La fiesta de los toros en la España profunda. Una
fiesta que servía como distracción principal en los años cuarenta y cincuenta,
antes que otras disciplinas artísticas o no, le fuesen comiéndole el terreno
Rafael.
-
Entonses era
de lo poco que había que celebrar en los pueblos amigo. Bueno, sigo, que me
corta osté cada vez que le parese.
-
Siga, siga, ya no le interrumpo más.
-
Me resibió el
arcarde en persona. Me comentó que no
se iban a correr ni las vacas, ni el toro. El año anterior, según me contó, un toraso de Escudero Calvo hirió
gravemente a un vesino y se desidió no correr más las reses por la
calle. Me dijo que pusiéramos la camioneta en un callejón y que desde allí se
daría suelta a los animales. Primero se iban a lidiar las dos vacas por una
cuadrilla de vesinos y algunos maletas,
para que luego un novillerete, con
renombre por la comarca, estoquease el toro. Me paresió too bien, pero le dije que no era conveniente que la gente
diese vuertas por la camioneta. El
hombre me aseguro que estuviera tranquilo, que hablaría con el sargento de la
guardia sivil para que los curiosos dejasen
tranquilo al ganao en el camión.
-
¿Y por la tarde que tal Rafael?
-
La plasa
estaba hasta arriba. En el improvisado ruedo se encontraban, tras hacer su paseíllo
y todo, la cuadrilla local y algunos maletillas que habían llegao. La lidia de las vacas resultó como era de esperar. Sustos,
achuchones y alguna cogida fea. El novillero que luego mataría al toro hasía la funsión de director de lidia. Ya dejo ver que tenía el ofisio bien aprendió. Un toreo muy a la
defensiva, pero con un empaque y una manera de andar por allí con sufisiensia y autoridad. Pensé que
mataría al toro sin problema alguno, pos
la verdá es que er chiquiyo andaba sobrao.
-
¿Y qué paso con Oliveño? ¿Por qué le recordó a Olivito?
-
Pos fijese
bien. Se le dio suerta. Salió enterándose
donde estaba. Cuando le sitaron se
arrancó como un cohete y remato en un burladero llenando de babas a toos los que se encontraban alrededor.
Rafael toma
un sorbo de vino. Lo saborea y cierra los ojos como si tratara de recordar
mejor su historia.
-
El muchacho se hiso presente y lo capoteo andándole mu bien al toro, sacando mucho los brasos y tratando de mandar las embestías
codisiosas del animal. A pesar de ser
un toraco con seis años no se pudo picar al no haber caballo ni picador. Se le
pusieron cuatro pares de banderillas como Dios dio a entender y aquel muchacho
tomo la muleta y el estoque. El toro estaba entero y en un resinto tan redusio
pronto se hiso el amo. El chaval empesó con doblás tratando de sacar aire al
toro, pero este se revorvia con gran
agilidad y pronto empesó a mascarse
el peligro. El chiquillo se confió y trató de empesar a cuajar la faena que habría soñao la noche anterior. Ya le he dicho que sabia por donde andaba
y que tenia ofisio para aquello, pero al tratar de pasarlo al natural, al
segundo muletaso, el animal se quedó
debajo de la muleta, tiró un derrote seco y el torero acabó por los aires.
Cuando cayó en el suelo Oliveño se sebó
con saña con la victima dándole un autentico palisón. El toro no hasia
caso a los capotes, solo derrotaba en el cuerpo de aquel pobre infeliz. Cuando
pudo levantarse, con la calsona
campera destrosada, trató de correr hacia las talanqueras, el toro, a pesar de
todos los que estaban al quite, siguió a su presa y al llegar a la empalisada le tiro un sertero derrote con el pitón derecho dándole
una cornada seca en la parte de atrás del muslo. La sangre no tardo en apareser de forma escandalosa. Fueron
unos minutos dramáticos.
-
¿Fue grave
Rafael?
-
Lo tomaron entre unos y otros, prácticamente al igual
que el otro día se lo arrancaron al toro de los mismos pitones, y lo llevaron a
una improvisada enfermería. El médico, acostumbrao
a la metralla de los años de la guerra, le hiso
una buena cura y lo enviaron en el coche del arcarde a Toledo, donde tras unas semanas empesó a mejorar. Al menos eso es lo que me contaron cuando llame
al ayuntamiento para dar las grasias
por un regalo que me hisieron.
-
¿Y qué pasó con Oliveño?
-
Pues con el jaleo la gente abandonó el graderío consentrándose donde el doctor operaba
al muchacho. Algún valiente de la cuadrilla intentó sin éxito meterle la espá, sin lograrlo. Finalmente el
sargento de la guardia civil, ya entrada la noche, le metió un tiro en el
remolino y pasó al carnicero que había contratado las carnes de las dos vacas y
el toro.
-
Vaya final.
-
Final el nuestro cuando sargamos a mitá la calle
amigo, que debe de estar cayendo fuego. Así que vamos a por las papas aliñás y osté lo que su buena señora le tenga en la cosina emplatao.
Nos
despedimos y quedamos para acudir a algún festejo nocturno de los que se
celebren cerca de nuestra Córdoba. Me dice, con gracejo, que llame a su sobrina
para que me dé la venia, y que si la dá que se viene conmigo allá donde haya
toros, prometiéndome contar alguna de las muchas vivencias que tuvo mientras
fue vaquero de reses de lidia.