A la misma hora en que el dorado albero del coso califal
era desairado por pies profanos en el arte de Cúchares, Guadalquivir abajo se
vivía el ancestral rito de partir plaza a los sones del pasodoble Plaza de la Maestranza, del maestro Daniel Vela. Mientras en la vieja
capital de la Bética el público hacía cola para saborear el llamado séptimo
arte, en la antigua Híspalis las gentes se disponían a presenciar el último
rito vivo del Mare Nostrum, como es el toreo. Mientras el coso enclavado en la
antigua Huerta de la Marquesa languidece en el planeta de los toros, otros,
como la Maestranza sevillana, a pesar de lo que está cayendo y a su despiadada
guerra con lo más granado del escalafón de coletudos, sobreviven y continúan siendo
escenario de la fiesta, como la describiera Lorca, más culta de todas las
fiestas.
Poco bastó para concentrar en el Arenal sevillano al
público. El reclamo no fue otro que repetir a dos toreros en ciernes. Toreros
estos que en el abono postabrileño traspasaron el umbral de la soñada Puerta
del Príncipe, en compañía del ganadero propietario de las reses que propiciaron
la gesta y que no era otro que nuestro paisano el villafranqueño Ricardo
Gallardo. Así fue siempre el toreo. Las repeticiones se ganan sobre la arena y
no sobre la mesa de los despachos. Borja Jiménez y José Garrido, los novilleros
actuantes, volvieron a pisar el albero sevillano, por merecimiento, como debe
ser. Ante todo esto el público respondió, estimulado también por unos precios asequibles,
castizamente llamados populares, ocupando más de tres cuartos de los escaños maestrantes en una noche fresca de
julio. Luego ya se sabe. El hombre propone, Dios dispone y el toro todo lo
descompone. Las cosas no rodaron como se esperaba. Los Fuente Ymbro que cría
Gallardo no cumplieron las expectativas y aunque Jiménez y Garrido quisieron
reeditar lo ya alcanzado fechas atrás, todo quedo en agua de borrajas. Jiménez
mostró su ilusión, sus ganas y puso en evidencia que bebe en las fuentes de un
espada de Espartinas que un día fue figura máxima del toreo. Garrido, extremeño
como los conquistadores del Nuevo Mundo, es un boceto que algún día puede
convertirse en un torero importante.
Las intenciones de todos quedaron claras. La empresa que
regenta la plaza de Sevilla, Pagés, hizo lo tradicional. Loable en estos
tiempos, como también lo es que en su abono siga teniendo protagonismo el
organizar novilladas con picadores, cantera de un escalafón cada vez más
viciado y monótono. Las novilladas y los novilleros son el futuro. Los
aspirantes a fenómenos mostraron su disposición, aunque se encontrasen con
animales poco colaboradores con sus propósitos. El público acudió en número al
evento, porque cuando lo que se ofrece tiene interés, no suele fallar nunca.
Guadalquivir arriba el celuloide, los hot dogs y las
palomitas eran protagonistas en Los Califas. ¡Dónde hemos llegado! No hace
falta hacer mucha memoria para recordar cuando tras el ciclo ferial de la Salud
se organizaban novilladas con picadores fuera del tradicional abono. Festejos
que atraían al público, lo mismo que el celebrado días atrás en Sevilla. Eran
tiempos en que la fiesta de toros se cuidaba en esta ciudad. Tiempos en que la
figura del gerente del coso, el recordado Antonio Pérez-Barquero, trabajaba
junto con sus cuñados, los hermanos Flores Cubero, en hacer grande la Córdoba
taurina. Bastaba poco. Un chico que despuntase en las novilladas de feria,
algún poderdante de la empresa y algún chiquillo cordobés que quisiera ser
torero. La fórmula empleada no fallaba y hubo ocasiones con entradas
importantes de público, caso vivido en la etapa novilleril de Finito y
Chiquilín. Recordemos nombres como Antonio Benete El Mesías, Juan de Dios de la Rosa, Antonio Tejero, Fermín Vioque, el
recordado Palitos y otros foráneos como El Soro, Luis Miguel Campano, Andrés
Blanco o Jesulín de Ubrique.
Nostalgia de otros tiempos no tan lejanos, en los que
Córdoba sí hacía honor a su nombre en la historia del toreo. Hoy ha cedido su
lugar de ocio al cine a la luz de la luna, a las palomitas y a los hot dogs. Siempre quedará el consuelo de que Guadalquivir abajo los
sones de Plaza de la Maestranza son prólogo de algo tan añorado por la afición
cordobesa.
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