Portada del especial de El Ruedo publicado con motivo del XXV Aniversario |
Las madrugadas en Andalucía tienen el halo de la intensidad. Las madrugadas
suelen, en esta bendita tierra, ser festivas o dramáticas, en el mejor de los
casos ambas cosas a la vez. Madrugadas
de cante quebrado tras una noche de fiesta, de bambalinas que danzan
acompasadas al son de la música, de reyerta y sangre en disputas que nacen en
la pasión de sus gentes. Madrugadas, prolongación de la noche y antesala de la
aurora. Todo puede pasar en esas horas donde la obscuridad empieza a perder su
fuerza para cederlo todo, poco a poco, a la luz de un nuevo día. También pueden ser
mágicas y convertir un drama de sangre y muerte en algo mitológico y épico.
Los versos lorquianos señalaron a las cinco de la tarde como la hora del
drama y la sangre. Eran las cinco y cuarto, no de la tarde, sino de la madrugada. En una
blanca habitación de un hospital un hombre deja de existir. Un hombre roto por
un toro y que por la herida producida fue perdiendo poco a poco su vida. Por el
contrario, cada halo de sangre perdido y por ello de vida, significaba su ascensión al Olimpo de
la inmortalidad. En aquella cama de aquel hospital de Linares, murió Manuel
Laureano Rodríguez Sánchez, matador de toros, pero en esa misma cama nació un ídolo
inmortal llamado Manolete.
Sesenta y seis años han pasado ya. Ya van quedando pocos de los que fueron
testigos del suceso. Las generaciones posteriores hemos conocido lo ocurrido
esos días a través de la prensa, de añejas películas de la época y de los
relatos de los contemporáneos del Monstruo. Hoy hay muchos escritores anacrónicos
que se aprovechan de la figura del ídolo inmortal, siguen narrando lo ocurrido,
hacen sobre su vida una y mil cábalas,
eso si, sin haber vivido los años del “manoletismo”, algunos son tan osados que dan su opinión, sesgada y superficial, tratando sobre todas las cosas de cambiar la
figura del torero, pero no saben en su ignorancia, que las páginas de la historia una vez escritas son imborrables.
Mi niñez transcurrió con la sombra de Manolete planeando sobre mi todos los
fines de agosto. El día en que se conmemora la tragedia, craso error pues las
tragedias son para olvidarlas, la televisión en blanco y negro de la época se
hacía eco del drama de Linares. Recuerdo claramente un documental de Tico
Medina, que posteriormente mi maestro Ladis me regaló, así como un ejemplar de
la revista El Ruedo especial conmemorativo
del XXV Aniversario. También tengo el recuerdo de la esquela, a media
página, que publicaba el diario Córdoba todos los días veintinueve de agosto.
Acta de defunción donde se atestigua la verdadera fecha del nacimiento del mito |
Los años pasan pero la sombra alargada y majestuosa de Manolete sigue viva
en el mundo del toro. El día de ayer fue de homenajes hacia el último califa de
Córdoba, repito, un error. A Manolete no hay que recordarlo por su muerte en
Linares. Manolete merece una memoria alejada del drama y de la sangre. De su
ascensión al Olimpo de los mitos la madrugada del veintinueve de agosto. Su figura
llega mucho más lejos. Más allá de romances de ciego, más allá de coplas nostálgicas,
más allá de ofrendas florales o más allá de panegíricos horteras y caducos. Manolete
es mucho más grande que toda esta parafernalia desfasada y de color amarillo. ¿Por
qué no nos acordamos de la fecha de la alternativa? ¿o del faenon al toro de
Villamarta en Sevilla? ¿o de la tarde del sobrero de Pinto Barreiros en Madrid?
El recuerdo a Manolete debe de ser alejado de Islero, de Linares, de Miura, del
plasma…Manolete es mucho más que eso. Cuando en la fiesta de los toros se están
perdiendo muchos valores que la hacen grande es cuando hay que poner los mismos
en la figura del Monstruo de Córdoba. El sentido del deber, la profesionalidad,
la entrega, el querer estar bien con el mayor numero de toros posibles, la
verdad en el toreo y sobre todo su pureza en la suerte suprema. Ese es el
recuerdo a Manolete. Esos son los valores manoletistas que debemos de inculcar
a las nuevas generaciones para honrar la memoria de uno de los últimos mitos de
esta ciudad discreta, callada y sola.