La sociedad actual está cambiando notablemente los valores.
La fiesta de los toros, reflejo en parte de la sociedad de cada tiempo, no le
va a la zaga. Siempre el valor fundamental de la tauromaquia fue la lucha entre
la razón y la irracionalidad. La tragedia del combate siempre estuvo presente.
Hoy todo ha cambiado. La lidia transcurre como algo muy establecido de
antemano. El toreo de hoy es muy uniforme, demasiado, y plano. No hay lugar,
salvo contadas ocasiones, para la épica ni la heroica. Hoy es todo amabilidad
por parte de un público, en exceso condescendiente, siempre predispuesto a la
diversión por muy poco que desde el albero se le ofrezca. El toro, pilar sobre
el que se debe sustentar la fiesta, es un animal seleccionado para ser un
colaborador y no un contrincante, con lo que el concepto actual de la
tauromaquia difiere mucho del primigenio.
¿Quiere esto decir que la corrida de ayer de Montoro fue
mala? No. Pero pudo ser mucho mejor de lo que fue. En primer lugar decir que el
coso, en el debut de la nueva empresa tras años de travesía por el desierto,
presento una buena entrada. También hay que decir que la corrida enviada por
Román Sorando estuvo bien presentada, alguno con un trapío de superior
categoría de la plaza, y además ofreció un notable juego. Si no alcanzó el
sobresaliente fue, sin lugar a duda,
porque solo se vieron sus virtudes en el tercio de muerte. Tuvieron
clase, calidad y brindaron el triunfo en bandeja a sus matadores. Hoy que de
seis toros que se lidien, cuatro den buen juego y los otros dos sirvieran
mientras les duro el fuelle, es para darse con un canto en los dientes. Eso sí,
quedaron inéditos en la suerte de varas, cosa normal en esta época, aunque
alguno, primero y sexto, acudieron alegres al caballo en la única vara que tomaron.
Ante ellos los toreros estuvieron cada uno en su son y con
los pecados del llamado toreo moderno. Los espadas de hoy, están hechos a una
lidia monocorde y plana. En cuando sale un animal que se sale un poco de lo
cotidiano, se caen muchos mitos, incluso de aquellos que comandan el escalafón.
¿Estuvieron acaso mal los toreros? Pues no. Pero pudieron, y debieron, estar
mucho mejor.
Encabezaba el cartel Manuel Díaz 'El Cordobés', un torero
veterano, con muchos años de alternativa, que se mantiene en las ferias y
carteles gracias a la leyenda tejida en sus inicios, así como por su fácil
conexión con el tendido. Cierto es que tuvo años en los que en ocasiones
alcanzaba lucimiento con el capote, o bien, en el toreo al natural. Ayer estuvo
en su línea habitual. O lo que es lo mismo, fácil y con línea directa con el
público, muy voluntarioso, heterodoxo, con entrega, pero poco más. Sus dos
labores muleteriles tuvieron las mismas carencias. Falta de reposo, ventajosa
colocación y demasiado artificio. ¿Estuvo
mal? Según el condescendiente público de hoy, no. Pero con el material que tuvo
en frente, y sobre todo por respeto a los auténticos valores de la fiesta,
debió de estar mucho mejor.
'El Fandi' es otro caso singular en el escalafón actual.
Torero de los denominados poderosos, con unas facultades físicas impresionantes
y con un oficio ante la cara del toro envidiable. El de Granada se encontró con
dos toros de muy distinta condición, aunque ninguno le pusiera en evidencia
ante el tendido. En su primero, al que no permitió que lo picaran, tras
banderillearlo haciendo gala de su aptitudes físicas, le cuajo una faena que
planteo de forma clásica y ortodoxa. Correctamente colocado, siempre intento
hacer el toreo según los cánones, pero con un resultado muy desigual. Unas
veces las cosas salían, destacar algún natural suelto de mucha calidad, y otras
no, resultando en ocasiones los vuelos del engaño tropezados y enganchados.
Conclusión: cuando no se puede no se puede y además es imposible. Mató con
facilidad y obtuvo dos orejas justas, pero de escaso continente. Su segundo fue
un animal que tuvo un comportamiento de más a menos y su labor quedo como una
sombra que pronto se desvaneció. Incomprensible que un torero de su condición y
calidad este ocupando un lugar privilegiado en el escalafón, mientras otros
muchos calientan el sofá del salón de su casa.
Juan Ortega cuajó el mejor toreo de la tarde. Era su segunda
actuación tras su alternativa, lo que conlleva que sea el menos rodado de la
terna, pero su actuación estuvo salpicada de detalles que tuvieron verdad,
sentido y belleza. Presentó sus credenciales al recibir con unos gallardos
lances a la verónica a su primero, para luego hacer un quite por gaoneras de
mucho ajuste. Con la muleta su labor tuvo personalidad aunque pecara, cosa
perdonable por la bisoñez, de falta de continuidad. Tardó en cogerle el ritmo a
su oponente, pero una vez centrado, destacó en el toreo al natural. Mató
eficazmente y cortó las dos orejas de más peso de la tarde. En el sexto volvió
a estar en el mismo son. Pulcritud, medida, mesura, personalidad y sentido de
la estética fueron sus virtudes. Tras media estocada y un golpe de descabello
cortó un nuevo trofeo lo que le llevo a ser el triunfador numérico de la tarde,
una tarde que pudo ser mucho más de lo que fue.