La
manipulación fraudulenta de los pitones en los festejos taurinos siempre, en
mayor o menor medida, fue práctica común Lo de hoy comienza a ser flagrante y
escandaloso.
La
tauromaquia es sustentada por su principal protagonista. Éste no es otro que el
toro. Sin él sería inviable la corrida. El toro es el eje sobre el que gira
todo el ritual desde tiempo ancestral. Por eso sin el tótem ibérico nada es
posible. Es el auténtico pilar sobre el que se cimenta el espectáculo y en el
momento que falla, todo se viene abajo como un castillo de naipes. El toreo se
puede aderezar con mil una cosas. Se está viendo como las faenas son
amenizadas, en ocasiones, por composiciones que nada tienen que ver con el
clásico pasodoble. También por un rebuscado y artificioso flamenco, e incluso
por música de cámara. Se buscan para exorno de la plaza estéticas de influencia
picassiana o de vanguardia. Combinaciones, todas ellas, rebuscadas, que aunque
vienen a traer un aire heterodoxo y fresco, quedan como mamarrachos si el toro
lidiado está hueco de todas las virtudes que debe de tener un animal destinado
a la lidia.
El toro, en estos tiempos, suele fallar más de lo deseado. Las imposiciones de los toreros y empresas, principalmente los primeros, ha venido a traer a los ganaderos una selección en la crianza alejada de la búsqueda de la bravura. Hoy se persigue un animal ad hoc para el tercio de muerte. Se busca un toro que colabore con su antagonista solo en uno de los tres tercios en que se divide la lidia. Los dos primeros tercios poco importan. El toreo hoy solo se valora en lo que se pueda desarrollar en la faena de muleta. Lo demás comienza a ser algo testimonial. Una selección equivocada que no deja de ser un fraude a la tradición, a la integridad de la lidia y sobre todo un engaño al público, que a fin de cuentas es quien sustenta, pagando su entrada, el espectáculo y al que se le está privando, por ejemplo, de un tercio como el de varas, autentico baremo de bravura. Si a esto unimos además la falta de integridad física del toro, apaga y vámonos. La manipulación fraudulenta de los pitones siempre, en mayor o menor medida, fue práctica común. Lo de hoy comienza a ser flagrante y escandaloso. Salvando contadas plazas de primera, los pitones de los toros que se lidian hoy aparecen presuntamente manipulados por la mano del hombre, encima de forma burda y chapucera, que no hace nada más que ver las miserias de todos aquellos que se lucran de la tauromaquia.
El toro descastado e impuesto, así como el serrucho y la escofina, ganan enteros. Si ante la falta de fuerza y casta, solo cabe una selección dura y mandar muchas vacas al matadero, ante la manipulación de los pitones poco se puede hacer. Solo exigir el cumplimiento del reglamento respecto a los reconocimiento post-morten y aplicar las sanciones correspondientes. A día de hoy son pocos los pitones que se analizan durante la temporada. La legislación actual, variada, difusa y distinta según la comunidad autónoma donde se desarrolle el espectáculo, lo prevé, pero la autoridad competente, bien por desidia, o bien porque hace la vista gorda, no actúa con la contundencia que sería de desear. Ante esto los mercachifles que manejan entre bastidores la fiesta campan a su antojo. Los pocos pitones que se analizan, si dan positivo, solo sirven para largos procesos judiciales, que no acaban más que en sanciones e inhabilitaciones, que poco o nada trascienden al público.
El público de hoy también es muy condescendiente. Pocas veces se ven protestas por la presentación de un animal. Sólo si la falta de fuerza es manifiesta protesta exigiendo su derecho. Ahora de los pitones nadie dice nada. Será la fuerza de la costumbre de ver lo mismo tarde tras tarde, que no se da por engañado. Pero, ojo, el público será condescendiente pero no tonto.
Joselito, el Gallo, fue un autentico adelantado a su época. Su aportación al toreo fue máxima. Tanto en el fondo como en la forma. Gallito puso los cimientos del toreo moderno. Impuso el encaste de Vistahermosa sobre todos los demás, cambió conceptos y sobre todo pensó en el público, que a fin de cuentas es que sostiene económicamente la fiesta. Por eso concibió plazas monumentales de gran aforo con el solo objeto de que más público, y a precios más baratos, acudiera a las plazas. Era la forma de asegurar ingresos y fidelizar la clientela a largo plazo. Hoy todo se ha vuelto de al revés. Las entradas cada vez tienen precios más altos y asistir a un festejo, salvo contadas plazas, es muy gravoso para una economía modesta. Por todo esto es muy difícil mantener la llama de la afición, quien ante tanto desmán y ante la variedad de otros espectáculos para cubrir su ocio, puede que se canse de acudir a las plazas.
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