La temporada ha mostrado la crudeza real de la fiesta
con la muerte de Víctor Barrio y su solidaridad con un festejo a beneficio de
la Fundación de Oncohematología Infantil.
EL
otoño trae un año más el fin de la temporada taurina. Las ferias del Pilar en
Zaragoza, y San Lucas en Jaén, ponen el punto final a la campaña y son preludio
de época de descanso. La América taurina tomará el relevo durante algunos
meses. Algunos viajarán al otro lado del Atlántico, donde el mundo del toro
late con igual pasión que en la Vieja Europa, aunque con semejantes pecados y
males. La temporada taurina dormitará un año más durante el invierno, tomando
energía para afrontar renovada, le pese a quien le pese, una nueva campaña que
tendrá Valdemorillo por San Blas el punto de partida.
La temporada que se va nos ha mostrado la crudeza real de la fiesta de toros. El rito ancestral mostró su cara más amarga, cuando un pitón certero sesgó la vida de Víctor Barrio en Teruel. La muerte de Barrio ha hecho ver que el toreo no es un espectáculo más. En la tauromaquia la muerte está presente y el hombre la pone en liza cada vez que pisa la arena para enfrentarse al tótem ibérico por excelencia. Un tótem que muchos dicen defender sin conocerlo, anteponiendo su vida, la del toro, ante la del ser humano en una herejía ayuna de ética y razón, carente de humanidad alguna.
Los comentarios vertidos contra el torero caído, su viuda y el toreo en sí, han servido para comprobar donde llega la irracionalidad de algunos que se dicen defensores de los animales. Un movimiento orquestado ferozmente contra la fiesta, que no hace más que mostrar las miserias que puede alcanzar el ser humano en su lado más oscuro y siniestro. El alegrarse de la muerte y desgracia de un semejante, poco favor hace a quien se hace llamar defensores de los animales.
La
gota que ha colmado, por ahora, el vaso ha sido la reacción de esta gente, si
se les puede llamar así, ante la ilusión de un crío que lucha contra un
terrible mal como es el cáncer. Un chiquillo que sueña con ser torero y con el
que el toreo se ha solidarizado de forma unánime. Días pasados se celebró un
festival a beneficio de la Fundación de Oncohematología Infantil, y no para sufragar
el tratamiento del crío como maliciosamente se ha afirmado, y que tuvo como
marco la plaza de toros de Valencia. El toreo se mostró solidario una vez más.
Muchos fueron los que acudieron a la plaza para sentarse en sus tendidos, y
otros muchos colaboraron aportando su donativo en lo que se ha dado en llamar
en estos tiempos tendido 0. El niño hizo el paseo junto a los actuantes y
finalmente abandonó el coso a hombros como reconocimiento a su entereza y lucha
ante una enfermedad tan cruel.
Ante la solidaridad de unos pronto surgió la crudeza y maldad de los otros. Si ya han demostrado que anteponen la vida animal a la de las personas, algunos ahora han llegado a desear la muerte a un niño que no hace más que soñar con sanar y cumplir su sueño de ser torero. Las redes sociales se han mostrado llenas de bilis de quien se dice ser humano. Se ha mostrado una crueldad que roza la ignominia más cruda. Ahora sólo hace falta que la Ley haga su trabajo, y si se ha vulnerado caiga su peso sobre aquellos que la han quebrado.
¿Hay
algo más bello que la felicidad de un niño? Para algunos parece que no. Lo malo
es que sus ojos no ven a un niño enfermo que, a través de una ilusión lucha por
curarse de un mal terrible. Un chiquillo que para ellos no es más que un monstruo
porque sueña con faenas radiantes a toros imaginarios mientras soporta duras
sesiones de quimioterapia. ¿Dónde puede llegar la crueldad humana?
La
fiesta sigue adelante. Con sus males internos, más preocupantes que los que la
atacan desde fuera, pues son los que verdaderamente le hacen daño. Los otros no
son más que modas, posiblemente con dudosa financiación desde el extranjero, y
que algún día languidecerán como lo hicieron más de una vez cuando la fiesta
muestre su cara más integra. Una cara que la realce y engrandezca mostrando que
no es un espectáculo más al uso, pues la tauromaquia no es más que un rito
milenario en que el hombre pone en juego su propia vida ante la fuerza bruta
del toro.
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