Pintan mal las cosas en el campo bravo. Tras años de
bonanza han llegado otros de distinto signo. Raro es el día en que no leemos
alguna noticia triste. Que si tal o cual hierro se encuentran en venta, o que
si algún ganadero, incluso con apellido ilustre, ha decidido enviar la piara de
ganado al matadero a precio de carne. La crisis económica ha tenido parte de
culpa. Muchos llegaron a este mundo con el boom del ladrillo o la hostelería.
Nuevos ricos que compraron, a precio de oro, camadas enteras de eralas y
sementales a ganaderos de postín. El objetivo no era otro que un capricho de
nuevo rico. Pronto se vieron en carteles de ferias importantes para mayor
exaltación de su propia egolatría. Luego, cuando bajaron los festejos y la
demanda de ganado fue menor, comprobaron que criar toros de lidia es un negocio
ruinoso. Gentes sin afición, y algunos sin el poder adquisitivo de antaño,
optaron por abandonar una actividad reservada a románticos y los locos.
También la homogeneización de la sangre brava, promovida
por los figuras del escalafón, ha hecho que el patrimonio genético del campo
bravo se esté viendo reducido a marchas forzadas. Ganaderías otrora de renombre
se están viendo obligadas a reducir drásticamente sus vacas de vientre. Es el
caso de los villamartas de
Guardiola. Otras dan salida a sus productos vendiéndolas para los bous al carrer de las calles del Levante español. Y
otras, lo más triste de todo, en poner punto y final a años de historia, como
es el caso de lospatasblancas de la familia Cobaleda.
Ante esto nadie se mueve. Ni los toreros que mandan el
escalafón, ni los aficionados que los siguen, que son mayoría y que desconocen
en ocasiones la ganadería a lidiar en muchos festejos. Nadie mueve un dedo ante
la pérdida de un patrimonio genético único. Es la limpieza étnica del campo
bravo. Limpieza que se inició cuando los toreros comenzaron a ser más
importantes que el toro. Cuando impusieron su hegemonía en detrimento del pilar
único de una fiesta que languidece porque sus cimientos se resienten. Es lo que
nos ha tocado vivir. La globalización de una fiesta amable que ha perdido toda
heroicidad y muchos de sus valores. Triste, pero es así.
Es la hora de decir basta. De recuperar todo lo que la
fiesta de toros tiene de épica y heroica, y que pasa por la regeneración del
toro de lidia. Es el tiempo en que el aficionado, que a la postre es el que
paga y mantiene, reclame la vuelta de estos valores para una nueva fiesta que
atraiga a los públicos. No vale con callar, ni permitir que los trust empresariales manejen a su antojo y beneficio propio,
una fiesta que languidece cada vez más, corrupta y vacía de sus valores
primigenios. Para dinamizar la corrida, ésta tiene que volver a girar en torno
al toro.
El ejemplo está en Ceret. Localidad francesa donde la
corrida está centrada en el toro. Su ruedo es testigo, año tras año, de la
lidia de ganaderías que guardan encastes prohibidos y vetados por los taurinos.
Allí se vive una fiesta de toros integra en sus tres tercios, con animales que
llevan a los tendidos sensaciones perdidas en la mayoría de las plazas. Con
toreros capaces de demostrar que estas sangres bravas en peligro de extinción,
tienen aún cabida en la fiesta. Todo ello, paradójicamente, a los sones de Els Segadors o La Santa Espina.
Es la hora de decir basta a los tejemanejes de los
taurinos. Hay que volver al reclamar al toro en el más amplio sentido de la
palabra. Solo hace falta hacerse oír y demandar lo que queremos para bien de la
fiesta. Ceret es el ejemplo, aunque hoy, esperemos que por poco tiempo, sea un
oasis en el desierto.
El Día de Córdoba
14/07/2014
1 comentario:
"como es el caso de lospatasblancas de la familia Cobaleda.".....
Sin olvidar la camada entera de Don Mariano CIFUENTES, y tantas otras.
Saludos
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