Análisis del trasfondo del feo gesto de El Fandi en Priego de Córdoba
La tauromaquia es
posiblemente la última liturgia viva del Mediterráneo. Un ceremonial donde el hombre mata al toro a
cambio de poner en juego su propia vida. Todo ello en un acto que puede parecer
desigual, donde la razón humana se enfrenta al instinto y la fuerza del toro
bravo. El filosofo francés François Zumbiehl vinculó la fiesta de toros al
legado grecolatino, donde la muerte es algo natural, algo que no debe de ser
escondido, la muerte tiene que ser sacada a escena. La tauromaquia no es una
liturgia sanguinaria, se podría calificar en todo caso como sangrienta. Fiesta
que se enraíza con las costumbres micénicas, romanas e ibéricas. Una fiesta
heredada y que actualmente pierde valores primigenios a pasos agigantados.
La lidia debe de ser un
combate de igual a igual. Cada contrincante pone en liza sus bazas. Razón
frente a instinto. El toro no es abatido, es sacrificado en una lucha noble. El
toro tiene un trato divino. Su relación con el hombre siempre debe de ser leal.
Por ello el toro, pilar y protagonista de esta liturgia, debe de ser siempre
respetado ante todas las cosas. Es el hombre quien ha decidido poner su
inteligencia frente a su pujanza animal. La burla con unas simples telas y el
rito sacrificial se efectúa con una simple espada. Como apunta Francis Wolff: El respeto por el toro en la plaza consiste en comprender
esta voz que habla y finalmente hacerla cantar, en hacer pues una obra de arte
con esa embestida natural y con su propio miedo de morir.
La fiesta
corre el peligro de convertirse en algo intrascendente. La pérdida de sus
valores fundamentales cada vez es más palpable. El actual sistema ha perdido el
respeto a la fiesta. Con ello todo cada vez importa menos. El final de todo
seguir así se antoja vertiginoso. La corrida, o lo que es igual, la fiesta humanizada de hoy terminará por
imponerse. La fiesta clásica, poseedora de una riqueza antropológica
inigualable, puede que tenga, hoy por hoy, fecha de caducidad.
Lo
acontecido el pasado domingo durante la corrida de la feria Real de Priego de
Córdoba es muestra clara. Poco importa la lucha de un consistorio y de una
empresa en rescatar un coso centenario tras una ineficaz gestión. El trabajo de
poner en valor el coso de Las Canteras y de ver casi cubierto su aforo, ha
quedado devaluado por un mal gesto, por una falta de respeto al toro y con ello
a la rica liturgia de la tauromaquia.
Transcurría
la faena al tercero de la tarde. Su matador, un sportman que encabeza el
escalafón desde hace años y de forma poco comprensiva, se había lucido con el
capote. Lances con un temple solo al alcance de unos privilegiados y que pasan
desapercibidos para el público de hoy que espera otras cosas. El tercio de
banderillas fue como siempre. Eléctrico, bullidor, heterodoxo, haciendo gala de
una facultades físicas propias de un deportista de élite. La verdadera suerte
de banderillas queda muy alejada de lo que le vemos una tarde tras otra. Como
todo en el toreo la despaciosidad y el temple deben de ser visibles en el
segundo tercio. Estamos equivocando conceptos. Arruza trajo un tercio de
banderillas vistoso y mostrando un físico poderoso, pero se templaba y cuadraba
en la cara. Hoy se aplauden más los saltos y las pasadas vertiginosas por la
cara del toro, que cuadrar en la cara, clavar y salir de la suerte apoyándose
en los palos. El tercio final fue una sucesión de muletazos ramplones, de cara
al público y de poco fondo. La faena estaba terminada. El toro, como la mayoría
de los que se lidian hoy, se entregó. Había agotado su aguada sangre brava.
Buscaba la querencia de sus terrenos, cuando se hecho vencido y derrotado. Su
lidiador ni corto, ni perezoso se sentó en sus cuartos traseros humillándolo
aún más de lo que el sistema vilipendia al toro. El público, eso es otra,
aclamó el gesto como algo grande, como algo extraordinario. Tanto es así que
una vez estoqueado el toro pidió para su matador los máximos trofeos, sin tener
en cuenta el agravio sufrido por el toro y la tauromaquia misma.
Faltar
así el respeto al toro es faltar el respeto a la fiesta. Es manchar aquello que
te permite ser un ídolo, que se ha convertido en tu modo de vida, en lo que te
ha convertido en ser un personaje público. El gesto fue innecesario, accesorio
y grosero. La fiesta tiene valores que se pierden con sucesos como el vivido el
pasado domingo en Priego de Córdoba. Las disculpas y desagravio público aún no
se han llevado a efecto. Lo peor es que a este paso jamás llegaran.
El Día de Córdoba
08/09/2014
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