Mario Cabré veía en el toreo
una actividad más para expresar sus sentimientos más profundos; fue productor
de teatro, rapsoda actor y presentador de éxito en la televisión
En alguna
pared se aprecia, pegado con basto engrudo, el cartel de la corrida que se
celebraría esa tarde la Real
Maestranza sevillana. Seis toros de Francisco Chica, antes
Braganza, para Domingo Ortega, Luis Gómez El Estudiante y Mario Cabré, que tomaría la
alternativa. Día de fiesta en la ciudad y por ello día de toros.¡Qué bonita está
Sevilla! La Giralda emerge suntuosa al amanecer del primer día de octubre de
1943. El chirriar de los pájaros pone banda sonora en los aledaños de su
Catedral. Es el final del veranillo
de San Miguel, la ciudad alarga sus días septembrinos en honor
al Arcángel. La luz irradia en la ciudad y sus gentes le dan vida con la mirada
triste y retrospectiva de la incivil contienda entre hermanos, la cual trata de
olvidar a toda costa.
En un hotel
descansa un hombre de espíritu inquieto. Su cuerpo tal vez repose tendido en la
cama de la habitación. Su mente seguro que está en otra cosa. Puede que esté
ideando las faenas que sueña realizar en esta tarde de su alternativa. O tal vez imagina
poemas para cantar a alguna bella mujer. Quizás recuerda textos de Zorrilla,
Shakespeare o cualquier otro reputado autor teatral.
Mario
Cabré, el torero que se convertirá en matador de toros, es un hombre
polifacético y de múltiples inquietudes, aunque todas ellas con la sensibilidad
suficiente para conmover a aquellos que quisieran acercarse a las artes. El
toreo, aunque hoy se niegue, es un arte. Un arte ancestral que tiene como base
un rito milenario. Un arte en el que el material que maneja el artista no es
inerte. El artista para expresar tiene una materia viva que es difícil, muy
difícil de moldear.
El espíritu
de caballero renacentista de Mario Cabré veía en el toreo una actividad más
para expresar sus sentimientos
más profundos. Desde muy joven, antes de la guerra, y cuando se
anunciaba Cabrerito, destacó por su manejo con la capa. Sus lances eran
abandonados, desmadejados, de manos muy bajas y una expresión artística muy
difícil de superar. Aquello de dio fama y por ello tuvo una carrera de vértigo,
que le llevó a tomar la alternativa como matador en un escenario que muchos
artistas sueñan. Era la tarde soñada para aquel poeta que sabia torear, como lo
describió Jacinto Benavente, por eso Cabré se sentía torero a toda costa.
Vestido de azul y oro
hizo el paseo sobre el dorado albero. A un lado Domingo Ortega, al otro Luis
Gómez El Estudiante,
casi ná. Sale el toro de
la ceremonia. Se llama Negociante, de pelo negro zaino y lleva el hierro que un
día perteneciera a la monarquía portuguesa. Domingo Ortega le cede muleta y
estoque. El fino y polifacético torero catalán lo intenta, pero se estrella con
el pobre juego de su oponente. Igual suerte corre en el sexto. Los toros no le
ayudan en fecha tan importante para un torero. Eso sí, vuelve a lucir con el capote. En
quites maneja el percal como si hubiera nacido en el arrabal de Triana en lugar
de la Ciudad Condal. Es su mejor aval. El capote de Mario Cabré, junto con el
de Pepe Luis Vázquez y Manolo Escudero, es de los mejores de su época.
Termina la corrida.
Cabré vuelve al hotel. Se despoja del azul chispeante y su mente sigue soñando
en mil disciplinas. Quién sabe si se sentó y escribió algún poema sobre tan
marcada fecha. Unos días después, de
nuevo Domingo Ortega como padrino, confirma su doctorado en
Madrid. ¡Que dos compromisos en tan pocos días! De nuevo su mágico capote y sus
lances de manos bajísimas impresionan al respetable.
Toreó poco
las temporadas siguientes. Alternaba los ruedos con otras disciplinas. El toro
es muy celoso. Para ser figura del toreo hay que estar centrado completamente
en él. Para Cabré era imposible, aún así triunfo en los ruedos. En los teatros
representó magistralmente el
personaje de don Juan Tenorio. Se dio el caso de torear por la
tarde y representar a Zorrilla por la noche.
También destacó en el
cine. Su participación en la película Pandora y el holandés errante le llevo a
conocer a Ava Gadner,
con quien sostuvo un romance, que llevo a Frank Sinatra, en un ataque de celos,
a viajar inesperadamente a Tossa de Mar, donde se rodó la película, para poner
un poco de orden. No llego la sangre al río. Eso sí, Mario Cabré escribió su
Dietario poético a Ava Gadner, que fue publicado en 1950. Dos años antes
también fue publicada su elegía a Manolete,
torero al que admiraba pese al no haber alternado nunca con él.
También fue
productor de teatro, rapsoda y presentador de éxito en la incipiente
televisión. Abandonó los ruedos
en 1960 alternando en la Monumental de Barcelona con
Antonio Bienvenida, Joaquín Bernardó y José María Clavel, estoqueando ocho
toros de la ganadería de Isabel Rosa González. Ahí acabo su vida torera, aunque
siempre llevó a gala haber sido matador de toros. De hecho, comentaba
públicamente al final de su vida: “Sóc
torero i catalá, que equival al ser dues vegades torero” [“Soy
torero y catalán, que equivale al ser dos veces torero”].
Hombre
polifacético, de mente inquieta y adelantado a su época. Como él mismo afirmaba
convencido: “Fui poeta por inspiración divina, actor por atavismo y torero por
destino, que es el que nos hace ir por caminos insospechados, queramos o no”.
Una figura para recordar en estos
tiempos de gentes acomplejadas y mentes cerradas. Mario Cabré,
catalán, torero y actor, una figura a poner en valor hoy en día. Una mente
renacentista en el cuerpo de un matador de toros catalán y español.
El Día de Córdoba (30/08/2020)
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