Los toros conocidos como
encaste marqués de Domecq, a los que se les atribuye una fuerte personalidad
gracias al marqués, encuentran su origen en la cría del ganadero cordobés
Antonio García Pedrajas
Mediados de agosto,
España está en fiesta. En muchos lugares de nuestra piel de toro las celebraciones no se conciben sin la
tauromaquia. El calor estival aprieta, aún así muchos
lugareños, también los que retornan en las vacaciones a sus lugares de origen,
acuden a la plaza.
El destino,
o la casualidad, también que Finito de Córdoba abre
el cartel, nos ha llevado hasta Socuéllamos. Estamos en la mitad de la Mancha,
la gente va predispuesta a divertirse y la terna, a pesar del pobre juego de los
toros, no defrauda. Nuestro Fino
salpica con su buen hacer la tarde. Paco Ureña y el local
Antonio Linares con su entrega –y sobre todo al atino con los aceros– consiguen
salir a hombros. La verdad es que el toreo lo puso, destilado y medido, nuestro paisano.
Los toros no han
permitido más, pues los pupilos de Albarreal quisieron, pero no pudieron.
Tuvieron nobleza, pero les faltó
la chispa que tiene que tener un toro bravo. El compañero de
tendido, al verme con cámara de fotos y libreta, comenta en voz alta que el
encaste Domecq es una lacra para la fiesta. Le comento que puede ser, y también
que no hay encastes, que hay
ganaderos.
Curiosamente,
los toros de Albarreal tienen un origen que difiere bastante con lo que se
conoce como encaste Domecq,
aunque fuese el marqués de dicho apellido quien les dio la personalidad que les
llevo a ser requeridos por las figuras del toreo en su época dorada.
Curiosamente,
si profundizamos en el historial de los toros a los que el marqués de Domecq
doto de personalidad, podemos comprobar cómo en su origen un cordobés tuvo mucho que ver en su génesis.
Este criador
no fue otro de Antonio García
Pedrajas, un ganadero que crió en la provincia de Córdoba un toro de la
más pura casta de Vistahermosa, una de las que se tienen por fundacionales de
la cabaña de bravo de España, aportándoles tanta personalidad que aún a día de hoy aún se
recuerdan como los pedrajeños.
Una vez
que el último conde de
Vistahermosa se deshizo de la ganadería familiar, parte de
su torada acabó en las manos del llamado Barbero de Utrera, llegando ésta tras
tener como propietarios a Arias de Saavedra y luego Murube, hasta que llegó a
Fernando Parladé. Este último vende un lote de vacas y un toro de nombre
Bandolero a Francisco Correa, natural de Guillena, quien los disfruta muy poco
tiempo, pues decide enajenarla a Félix Moreno en 1915.
Poco le dura
al señor Moreno Ardanuy, quien estaba detrás de adquirir la torada del marqués
de Saltillo, dado que en 1918 la
vende a Antonio García Pedrajas.
La nueva
vacada pasta en el término municipal de Almodovar del Río,
concretamente en las fincas Fuenreal
y Mesas Altas. Ya en su poder es aumentada con reses
provenientes de Gamero Cívico, de igual origen vistahermoseño, presentándose en
la capital de España el día 31 de
mayo de 1925.
Al
fallecimiento del propietario, así como al de su hijo, la ganadería es heredada
por sus tres hijas Magdalena,
Marina y María, García Natera, quedando finalmente como única titular la
primera, que compró su parte a Marina. María vendió la suya a Isaías y Tulio
Vázquez, cuyos herederos aún la conservan.
La parte de
Magdalena, quien la disfrutó hasta
1946, fue vendida a Salvador Noguera, que al poco tiempo la
vende a Salvador Guardiola Fantoni, responsable de su registro en la unión de criadores a
nombre de su esposa, María Luisa Domínguez Pérez de Vargas.
Antes de su
fallecimiento, Antonio García Pedrajas había vendido un lote de reses a los hermanos Mora Figueroa, quienes
la aumentaron con otras del Conde de la Corte y de Juan Pedro Domecq Nuñez de
Villavicencio.
Estas
terminaron en manos de Salvador Noguera, y en 1951 la transfiere al marqués de
Domecq, quien configura, a través de una ardua y escrupulosa selección, un tipo
de toro que ha dado un juego muy
del gusto de profesionales y públicos durante muchos años.
Hoy, la sangre que modelara el marqués está en vías de extinción, ya que pocas
son las ganaderías que la conservan.
Aun así, no
hay que olvidar que en esta sangre tan singular tuvo una particular influencia un
reputado ganadero cordobés que se llamo Antonio García Pedrajas.
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