El día 26 de noviembre de
1978, Juan Antonio Esplá, vestido de blanco y plata, partió plaza en Lima entre
dos maestros consagrados: uno, Palomo Linares; otro, Curro Vázquez
En muchas ocasiones se
consigue la gloria en un abrir y cerrar de ojos. Cuando menos se la espera.
Esquiva siempre que se la busca, aparece en el momento más insospechado. Un solo instante puede marcar una vida.
También en ocasiones, las más, solo nos suele sonreír una vez en la vida. De
ahí que cuando inesperadamente nos llega, debemos de vivir ese momento de forma
intensa, porque tal vez solo lo hagamos esa vez.
Plagado de
ilusiones un joven torero de Alicante cruzo el Atlántico. Juan Antonio Esplá había alcanzado
unos de sus sueños. Tras una concienzuda preparación a la sombra de las
enseñanzas paternas, había llegado la hora de volar solo. Y así fue. Con el
oficio aprendido, su hermano Luis Francisco le otorgó la borla de doctor en
tauromaquia en el Coliseo Balear. La
fecha, el 2 de septiembre de 1978. Los toros pertenecieron a la
vacada salmantina de Pilar Población. Otro joven espada, el soriano José Luis
Palomar, fue testigo de la ceremonia. Otro Esplá, recién cumplidos los
dieciocho años, saltó a la palestra taurina convirtiéndose en matador de toros.
Otra rama del tronco paterno alcanzó el sueño que ese tronco no pudo cumplir.
Pero todo no había de quedar ahí.
Semanas
después, cargado de ilusiones y con ligero equipaje, el más joven de los Esplá
cruza el “charco”. La temporada taurina en América le espera. Un permiso
militar le librará por unas semanas de sus compromisos con la Patria. En la
maleta un terno. Blanco y plata, como el que lució días antes en Palma de
Mallorca el día de la alternativa. No es el mismo. El de la ceremonia pertenecía a su hermano.
Con él, los dos hermanos Esplá, Luis Francisco y Juan Antonio, se convirtieron
en matadores de toros y con ese mismo vestido, ambos confirmaron sus
alternativas en la primera plaza del mundo. Este blanco y plata es otro. Un
terno que viaja en una oscura maleta y en la más oscura aún bodega de un avión.
Lima era el
destino. El joven Juan Antonio Esplá participará en la tradicional feria del
Señor de los Milagros. Ese Cristo moreno, también conocido como el Señor de los
Temblores, y al que todo Perú le reza, marca el calendario taurino al otro lado
de la mar océana. Desde su instauración en 1947 es uno de los ciclos señalados
en rojo en el calendario taurino
de América. El premio que se establece para el triunfador, el
Escapulario de Oro, es codiciado por todos los que visten de luces y peinan
coleta.
Juan Antonio
Esplá se presentó en Lima mostrando su académica tauromaquia. En una España que
ansía la democracia plena, pesa aún el pasado reciente y hay quienes no creen
en el cambio que el país busca y añora. La llamada Operación Galaxia, que
pretendía dar un golpe de estado en España, es abortada. El ejercito requiere
la vuelta de Juan Antonio, que cumple su servicio militar y al que un permiso
especial, le permite torear fuera del país. La diplomacia de su padre, Paquito Esplá,
consigue que pueda cumplir su último compromiso en Lima, pese a que a su vuelta
deberá presentarse con celeridad en el cuartel donde está destinado.
Es el día 26 de
noviembre de 1978. Juan Antonio Esplá, vestido de blanco y plata, parte plaza
entre dos maestros consagrados. Uno, Palomo Linares, otro, Curro Vázquez. Los
toros pertenecen a la ganadería estatal de La Pauca. El maestro Palomo estuvo
como solía estar. Valiente y cabal. La espada le privó de premios. Curro
Vázquez no anduvo fino. Sus toros no le permitieron el lucimiento. Solo gotas
del perfume caro de su toreo se derramaron escasamente sobre el albero de Acho.
Juan Antonio Esplá volvió a mostrar sus clásicas formas en su primero. La
corrida tocaba a su fin. Sonaron parches y metales y saltó Serenito a la
arena. La fortuna y la gloria
estaban a punto de brotar en el centenario coso limeño.
El más joven
de los Esplá se lució con el percal y con las banderillas. Toma la franela y la
espada. Llegó el acontecimiento. El joven maestro Juan Antonio cuaja una faena
esplendorosa, cumbre, rotunda, maciza, arrebatadamente bella. Destaca el toreo
al natural. Dando el pecho, cargando la suerte, templando las nobles embestidas
del toro de nombre Serenito.
Trasteo completo y compacto. Tras una tanda, de forma arrebatada, desempolva un
gesto de una tauromaquia olvidada. Se despoja del encarnado corbatín y lo anuda
al pitón de un toro entregado a su dominio.
El tendido
comienza a pedir el perdón a la vida del toro. La gracia es finalmente
concedida por el palco. Serenito vuelve al corral. El público, borracho de
toreo caro, alza a hombros al joven maestro. Su faena no ha tenido mácula. El Escapulario de Oro viaja con él a España.
La fortuna le ha sonreído y de qué forma. Con dieciocho años recién cumplidos y
apenas dos meses como matador de toros, ha tocado la gloria.
Un hito que
muchos han olvidado. Aún así, lo que hizo Juan Antonio en Acho ahí quedó. Como
dijo Pilato: Lo que he escrito, escrito está. Juan Antonio Esplá vestido de
blanco y plata, tocó la gloria y la alcanzó junto al Señor de los Milagros. Hoy
su escapulario luce en un rincón
de Alicante junto a este terno blanco bordado en plata,
testimonio de una tarde de toros gloriosa.
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